
Tomado de /Cubahora
Anochece el 9 de octubre de 1868, en el suroriente cubano.
Cambula se inclina, desesperada, sobre aquellos pedazos de tela variopinta, con procedencia múltiple: un pedazo de mosquitero rojo, la tela blanca de uno de sus corpiños, cierto fragmento de su vestido azul.
La muchacha, mestiza de 17 años, está trabajando contra reloj.
Ella —quien después iba a admitir que estaba lejos de ser una experta costurera— se mueve compelida por dos resortes: su pasión por la tierra querida y el amor frenético por Carlos.
Ah, Carlos. El acaudalado bayamés que regía uno de los más modernos ingenios azucareros del país. El brillante abogado. El polígloto. El finísimo poeta. El excelente jinete e infalible tirador. El periodista, que inauguró en su país la crónica ajedrecística. El líder masónico. El siempre arrebatado por los asuntos patrios.
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