Por: Alberto Aranguibel B.
En el marco de la lucha que nos corresponde librar en este momento para enfrentar la amenaza de una intervención armada contra nuestro país, en la revolución bolivariana apelamos recurrentemente a la búsqueda de similitudes entre lo que nos sucede y lo que les sucedió en el pasado a aquellos países que de alguna manera fueron objeto de la misma agresión salvaje y arbitraria por parte del imperio norteamericano.
Para alertar sobre la falsedad de las razones supuestamente humanitarias que moverían a la gran potencia del norte a predisponer al mundo en contra nuestra, comparamos la argumentación usada por ellos y sus aliados de la Otan en la destrucción de países de África y del Medio Oriente, con los argumentos esgrimidos para armar su escalada contra Venezuela.
Usamos exhaustivamente fotografías y videos demoledores que muestran el horror sembrado en ciudades devastadas con las bombas asesinas de los EEUU, para demostrar la verdad del horror que podría sobrevenirse sobre nuestro territorio si el mundo no detuviera el avance de la agresión en curso, y para evidenciar de manera irrefutable la mentira del supuesto progreso que le asegurarían a los pueblos esas guerras infernales que el afán saqueador y genocida del imperio inventa.
Sin percatarnos de la gravedad de la omisión, dejamos de lado los atributos diferenciadores que signan el carácter indoblegable de nuestro proceso de transformaciones, que hoy va mucho más allá de lo estrictamente social o económico a lo interno del país y que alcanza e impacta la naturaleza misma de la realidad geopolítica del mundo entero sentando precedentes excepcionales de la mayor significación histórica.
La primera gran diferencia que tenemos con todos esos países asaltados por la voracidad imperialista, es sin lugar a dudas la fuerza de la movilización popular que constituye el chavismo. Ningún país asediado o destruido por el ejército norteamericano contó jamás con la excepcional capacidad organizativa de nuestras fuerzas revolucionarias (*). Sus mandatarios (objetivo primordial de cada acción intervencionista) apostaron siempre a su propio liderazgo como arma de primer orden contra la agresión. La falta de sustentabilidad social, el error de no articular la movilización del pueblo en la calle, fue por lo general factor determinante en la derrota.
De ahí el empeño del imperio en tratar de posicionar comunicacionalmente la idea de que la revolución bolivariana es solamente “un tirano encerrado en Miraflores”, que una vez depuesto extinguiría el proceso con su salida.
Pero la revolución es otra cosa. El revés más grande sufrido por un imperio prepotente y arrogante como el norteamericano en su insolente pretensión de dominación, es sin duda alguna la sorprendente capacidad de resistencia del pueblo venezolano frente a la más grande amenaza de la que haya sido objeto. Un fenómeno en verdad “inusual y extraordinario” que seguramente motivó en su momento el infame decreto de Obama contra nuestro país.
La decidida e infatigable activación del equipo de gobierno que ha salido al rescate y preservación de nuestra soberanía cuando los cuerpos mercenarios han desatado su furia contra nosotros, no es tampoco una diferencia menor. En ese esfuerzo, la oportuna coordinación del apoyo y la solidaridad de países aliados ha sido un elemento decisivo.
Así como tampoco ha sido menor la cohesión y la férrea capacidad de respuesta de la Fuerza Armada Bolivariana en defensa de la Patria. Ninguno de esos países asolados por las guerras imperialistas contó con activos de tanta significación como elementos determinantes en la batalla que libraban.
Pero más allá de la capacidad de respuesta en lo estrictamente táctico, está la creación de paradigmas trascendentales que ha venido labrando el gobierno revolucionario a partir de la clara noción del compromiso y la dimensión histórica de la revolución mostrada por el presidente Nicolás Maduro Moros, así como la serie de eventos mundiales diferentes a lo que fue la realidad en el pasado.
El trabajo llevado a cabo por Venezuela en el plano de las relaciones internacionales para contrarrestar la arremetida lanzada por la derecha contra nuestro país en ese ámbito, ha generado una alteración inesperada y sin precedentes en el concierto de las naciones.
Desde la creación de la Organización de las Naciones Unidas, luego de la segunda guerra mundial, no hubo jamás un movimiento de países que se reunieran en colectivo en defensa del multilateralismo, tal como ha surgido hoy al calor de la defensa hecha por Venezuela en ese sentido en el escenario internacional. Fórmulas como el Movimiento de los No Alineados, surgido en 1961, aparecieron, como su nombre lo indica, como expresiones de distanciamiento e independencia de las potencias que se enfrentaban en la llamada guerra fría. Pero, de ninguna manera, esas fórmulas estaban orientadas al rescate y la preservación de los principios esenciales del derecho internacional, tal como lo promueve hoy ese poderoso grupo de naciones por el multilateralismo que impulsa nuestro país. Algo en lo que hay que destacar, por supuesto, el impecable esfuerzo realizado por nuestro Canciller y todo el equipo de la Cancillería venezolana para lograr difundir la demoledora verdad de Venezuela ante el mundo, superando con su impronta y su coraje al más descomunal y poderoso aparato de propaganda de la historia, como lo es la maquinaria comunicacional capitalista rendida al servicio del imperialismo. Jamás pudo país alguno sobreponerse a ese inmenso poder como lo está haciendo hoy Venezuela con su contundente discurso en el plano diplomático.
Otra gran diferencia soslayada que surge a raíz de la nueva realidad geopolítica desatada por las guerras económicas y las pugnas por el liderazgo de las potencias, pero que impacta de manera muy determinante sobre la compleja coyuntura venezolana actual, es el hecho de que esa gran confrontación multilateral encuentra identificados por primera vez en una misma posición contra las pretensiones de dominación planetaria del imperio norteamericano a naciones del mundo, como Rusia, China, India, Irán, Turquía, México y Venezuela, que en el pasado enfrentaron a ese mismo imperio pero de manera individual o aislada del resto de las naciones.
Sumadas las fortalezas económicas y el poderío en recursos energéticos estratégicos de todas ellas, son perfectamente claros los grandes espacios de oportunidad con los que cuenta entonces nuestro país para salir adelante en la batalla que hoy libra.
La ya inocultable (e inevitable) declinación del dólar como divisa referencial para el intercambio comercial internacional, por ejemplo, derivada en buena medida de esa nueva modalidad de alianza entre esas y otras importantes economías del mundo, así como la progresiva pérdida de Estados Unidos en el acceso y control de fuentes seguras de energía, son desventajas que no tuvo en el pasado el imperio cuando asolaba países enteros en el Medio Oriente y que signan y limitan de manera muy particular sus actuales pretensiones contra Venezuela.
Pero la que probablemente sea la más importante diferencia de Venezuela frente a las condiciones que signaron el curso de la guerra en otras latitudes, es Hugo Chávez. Diferencia que transversaliza a casi todas las demás y las convierte en características de inmenso valor en la confrontación planteada.
Chávez alcanzó su dimensión universal, porque supo despojarse de los tradicionales atributos del liderazgo, ancestralmente asociados al mesianismo, para entregárselos y empoderar con ellos al pueblo. Algo que comprendieron con total claridad los hombres y mujeres de bien no solo de Venezuela sino del mundo entero, y que diferencia al chavismo de cualquier otra propuesta social o política de nuestro tiempo, otorgándole un sentido profundamente humanista en todo el planeta al planteamiento del socialismo bolivariano.
Considerando esas diferencias y atributos con objetividad y claridad política, es como debemos hacer las evaluaciones a que haya lugar en el contexto de esta guerra, sin que ello signifique en modo alguno desconocer o menospreciar, por supuesto, las amenazas y asechanzas.
No se trata de incurrir en pueriles e irresponsables fabulaciones orientadas a cantar victoria por adelantado donde no haya aún posibilidad de celebrarla, sino de perfilar con la mayor sensatez y seriedad el rumbo correcto hacia el triunfo definitivo.
No se construye una victoria grandiosa y perdurable con referentes derrotistas que hundan a la gente en el terror y en el miedo. Se construye con la alentadora visión del provechoso porvenir del que son capaces los pueblos que se deciden a ser libres, soberanos e independientes.
Como el glorioso pueblo venezolano.
(*) Excluyo intencionalmente a países como Vietnam, Cuba o Nicaragua, porque aún cuando la agresión contra ellos fue igualmente brutal, fueron pueblos que vencieron al imperio. Esta nota habla específicamente de los países del Medio Oriente que se usan siempre en las reflexiones revolucionarias para alertar sobre el horror de la guerra.