Andar La Habana en almendron…

Tomado de Granma.

Tras las modificaciones realizadas al reglamento de la Licencias de Operación del Transporte, en vigor desde el 1ro. de febrero, Granma recorrió las calles de La Habana para comprobar los contratiempos que enfrentan los habaneros para viajar en los «almendrones»

Los contratiempos que enfrenta la gente en La Habana para viajar en los «almendrones» parecen como extraídos de Christine, un filme de ficción en el que, en busca de ganancias, un hombre llamado Arnie Cunningham y su viejo auto Plymouth 58 insisten en crearle dificultades a cuanto ser humano se les aproxime.

Cuando los viajeros descienden del vehículo, en Christine, les tiembla el cuerpo; cuando bajan de los almendrones de La Habana les duele el bolsillo. Y todo porque no pocos choferes se valen de las mil «murumacas» por evadir los precios del servicio de transporte privado, establecidos por el gobierno de la capital.

¿Misterio? en los almendrones

Poco después de las nueve de la mañana del pasado jueves, un equipo de Granma se une, en la acera de Neptuno e Industria, a las decenas de personas que a esa hora esperan algún «almendrón», la mayoría de ellas para trasladarse hasta Playa.

Un buick azul metálico es el primero en aparecer. Está vacío. Lleva en el parabrisas una pegatina que lo identifica como uno de los que prestan servicio privado de transporte de pasajeros.

«Vamos hasta el paradero de Playa», le anunciaron dos hombres al timonel del buick; «llego hasta el Coppelia», respondió él. «Chofer, después del Coppelia ¿tú sigues por 23?», inquiere una mujer. «No. Yo dije que hasta 23», riposta de nuevo. Se fue como mismo llegó: vacío.

La escena anterior se hace recurrente y uno se pregunta: ¿qué hay detrás de esa rara conducta?; entre no pocos transportistas privados en la capital, cuya misión es trasladar viajeros, se ­reitera de tal manera que parece como el efecto de una inducción telepática. En el sitio descrito abundan las personas con necesidad de viajar, pero los almendrones los ignoran. Pareciera que algún propósito, inconfesado acaso por conveniencia, anima al extraño comportamiento. Granma, detrás del misterio, ahora busca la calle San Lázaro desde un punto próximo al malecón habanero.

San Lázaro arriba, tres escalas intermedias, cada una de varios minutos, en lugares donde otras personas enfrentan el mismo dilema. Y de nuevo la misma ­película. El recorrido a pie se prolonga hasta 23 y l; menos mal que por estos días el calor se mudó de la capital cubana.

Once de la mañana. Otro Plymouth 51, verde (este diario tiene constancia de la matrícula), se detiene cerca de 23 y j; ¡por fin…! «Mi hermano, por favor, déjanos en la avenida 43 y 28 (Playa)», solicitan los reporteros sin revelar sus identidades, «suban», indica el que va al timón sin mirar a los clientes.

Más adelante: «¿me dejas en 26?», averigua otro viajero; «sube», dice el del Plymouth 51. Y cuando el recién llegado va a entregarle diez pesos…: «son 20», dice el chofer mirando de reojo.
«¡Hermano, solo voy hasta 26!»; «son 20, yo podría decirte que llego hasta 26, y punto; 20 pesos».

«Chofer, apretaste», le increpa uno de los reporteros después de pagar los 20 pesos que el sujeto del Plymouth 51 exigió en contra de lo establecido para un tramo intermedio. «No hubiera subido, señor», respondió el hombre con arrogancia.

Consultada al azar en una esquina habanera, Susana, quien rehusó decir su apellido, revela que, después de las regulaciones vigentes desde el día primero del mes en curso, «dos veces he tenido que pagarles 20 pesos, para que me trasladen a nueve cuadras de aquí».

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